Crítica de la serie El día de mañana, de Mariano Barroso.

¿Hasta cuándo se puede mantener una mentira?

El mundo es para los valientes, eso dicen, pero ser valiente es vivir en un lugar que está a la misma distancia y tiempo del éxito como del fracaso. Quizás, la única forma de llegar a lo más alto en un país como el nuestro sea perdiendo en el camino parte de nuestra dignidad, honor y salud. A veces hasta la vida.

Recupero esta serie de Mariano Barroso (Criminal, Todas las mujeres) que Movistar+ emitió en 2018. Nunca es tarde si la serie es buena.

Lo que diferencia la calidad de las series españolas es el enfoque del guión, la sobriedad de los diálogos, la utilización de las subtramas y el registro interpretativo. Si cantean para el lado simplista y edulcorado, acaban apareciendo productos como Velvet o Las chicas del cable. Si por el contrario se muestran osadas y dramáticamente elaboradas, encontramos producciones como El día de mañana, que pese a algunas zonas previsibles y un titubeante inicio estructural, consigue mantener latente la expectativa y el interés del espectador durante sus seis capítulos, en donde el opresivo drama social se va convirtiendo en un trepidante trhiller político y policial.

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El secreto de la calidad de esta miniserie radica en la resolución de las transiciones temporales, en el uso efectista de la fotografía y la potencia narrativa de los principales nombres del reparto (Oriol Plan, Aura Garrido, Jesús Carroza y un sorpresivo Karra Elejalde).

Pero, sobre todo, está en el subyacente mensaje que transporta, y en la capacidad que tiene para dibujar un pequeño mapa de la aparente Barcelona libre y modernista de los años sesenta.

Y lo hace a través del contrapunto de la estafa, el engaño, el delito, la falta de escrúpulos, la vulnerabilidad de una sociedad en deconstrucción y la determinación de un personaje, Justo Gil, que va horadando la moral del espectador y que evoluciona de manera febril a medida que se sucede la historia (basada en la novela homónima de Ignacio Martínez de Pisón), como si se tratase de un Walter White a la española.

De algún modo, parte de la identidad española está en Justo y en su irónica elección del nombre. El egoísmo, el cinismo, la picaresca y el falso arrepentimiento están en nuestro ADN nacional. Es nuestra triste realidad.

Manuel Barroso (actual presidente de la academia), quien anda pergeñando en este momento una serie sobre el primer asesinato de ETA (La línea invisible), se está convirtiendo en un fijo en la nómina de las series para canales streaming. Probó fortuna en 2010 dirigiendo Todas las mujeres (la primera serie producida por un canal de pago en España, TNT); y en 2019 se atrevió con Criminal, el experimento de Netflix a cuatro naciones, y no le fue del todo mal.

Un año antes presentó esta serie dramática y cínica, de narrativa, fotografía y contextualización precisas; que además empezaba a vaticinar el afianzamiento de Movistar+ como la mejor plataforma para la producción de series españolas que puedan soñar con competir algún día en el mismo escalón que las británicas, las alemanas o las francesas. Nos estamos acercando, Gigantes, Hierro, En el Corredor de la muerte o Hernán ya están a ese nivel. El día de mañana quizás estemos por delante.

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