Análisis sin spoilers de la serie de Jude Law The Young Pope

Nota Seriemaniac: [yasr_overall_rating size=»large»]

 

A veces ocurre que nuestros prejuicios nos impiden disfrutar de experiencias muy interesantes. «¿Una serie sobre la Iglesia y los papados? No, gracias». Por más que saliera uno de los actores más talentosos como Jude Law, la serie The Young Pope no me atraía para nada. Tuvo que venir alguien un tanto neófito en el mundo catódico, pero de cuyo criterio nunca dudaría, para darle una oportunidad a esta auténtica joya de HBO.

Lo peor, no haberla descubierto antes. No haberme atrevido a desterrar mis ideas preconcebidas. Porque la serie The Young Pope es una obra maestra de la plataforma que sigue sabiendo elegir sus producciones con sumo cuidado.

Claro, en realidad, me hubiera bastado indagar un poco para descubrir que detrás del proyecto se encontraba el mismísimo Paolo Sorrentino, al que descubrí por la película Un lugar maravilloso, una comedia ácida y deliciosa que recrea un homenaje velado al líder de The Cure, Robert Smith, interpretado por un sensacional —como siempre— Sean Penn.

The Young Pope es lo que ocurre cuando una cadena otorga total libertad a un cineasta tan particular y talentoso como Sorrentino; responsable absoluto de esta maravilla, pues firma los guiones (junto con su equipo habitual) y se encarga de la dirección. Confiar en el imaginario de este director es asegurar un resultado brillante. Ojalá otras cadenas tuvieran la fe que HBO deposita en sus series de televisión.

Y es que The Young Pope es una serie que nos habla de la fe. Pero alejada de discursos religiosos o católicos, sino más bien, centrada en la fe en uno mismo. Una historia de segundas oportunidades narrada en diez episodios que te harán disfrutar estética y narrativamente.

Solo las series permiten que un personaje como el del joven Papa Lenny quede tan bien definido. Pudiendo profundizar en sus pensamientos, su devoción, sus tormentos, sus traumas y anhelos.

Asombra el cuidado que Sorrentino imprime en cada detalle. Se recrea en planos que son una delicia estética: como esas monjas jugando al fútbol entre el barro, o el baile desatado de una líder política al ritmo de Nada Senza un Perché, por el simple gusto estético de disfrutar de una escena mítica, algo que cada vez escasea más en televisión, y que solo Lynch se atreve a realizar cuando observamos durante cinco minutos a un camarero barriendo el suelo de su local (Twin Peaks: el regreso), o en su alumno aventajado, Nicholas Winding Rfn, en la hipérbole visual que es su ininteligible y bizarra Too old to Die Young (Amazon Prime Video).

Aunque Sorrentino sabe conjugar el arte por el arte, el disfrute más estético, con la historia; el italiano eleva lo visual a la enésima potencia, pero sin tender hacia el aburrimiento.

La serie es una reflexión inteligente sobre la religión, el actual papel de la Iglesia y las tendencias morales de una sociedad tan decadente como en peligro de extinción. El Papa Ratzinger ya dijo en la vida real, ante miles de feligreses, que el relativismo de la sociedad actual podría acabar con todo. El joven Papa Pío XIII, en la ficción, pronuncia en su discurso inaugural: «Dios es una línea que se bifurca».

¿Está la sociedad degenerando hacia la adoración de principios vacíos construidos sobre los cimientos de la vacuidad? ¿El único dios al que se adora es la tecnología y la inmediatez?

Pío XIII lo tiene claro, o al menos comienza a verlo claro con el paso de los episodios, por eso decide basar su papado en la imagen invisible de un líder que jamás se muestra en público, pretendiendo instaurar verdaderos valores con mano firme, casi tiránica, pero reales y coherentes con el sentimiento y el mensaje que la Iglesia debería transmitir, un mensaje que quizás se ha diluido con el paso de los siglos.

Jude Law The young Pope

La serie se sitúa en el Vaticano, porque permite a Sorrentino realizar una reflexión no carente de cierta crítica de una institución aletargada y atada a tiempos demasiado pretéritos para ser recordados. Pero, podría haber ubicado a su Lenny Belardo en cualquier otra situación de poder: un gobierno o una empresa (como en la serie Succession de HBO).

La serie va mucho más allá, plantea un interesante discurso sobre el poder y la forma de ejercerlo. No basta con llegar a lo más alto de una determinada escala social, un verdadero líder tiene que tener un firme compromiso ante las personas que dependen de él, pero, especialmente, ser coherente consigo mismo, con los principios que lo hicieron llegar hasta su nuevo status.

Si Dios es una línea que se bifurca, parece que la divinidad se halla más próxima a las teorías de la física cuántica y a la famosa metáfora del gato de Schrödinger (todas las cosas existen y no existen a la vez, compartiendo espacio en varias dimensiones) que a las propios principios de cualquier religión. Porque, repito, The Young Pope nos habla de fe.

Asistimos a un interesante viaje iniciático junto a nuestro particular héroe. La infancia nos marca a todos, los psicólogos no paran de repetirlo en sus consultas, es una edad en la que nuestra fragilidad emocional condicionará el resto de nuestra vida. No todos tendrán la suerte de habitar en un lugar colmado de cariño y respeto, y eso, a la postre, terminará configurando nuestra psique de adulto.

Lenny Belardo aprenderá, por las malas, a atravesar ese camino. Él no tiene la culpa de que sus padres fueran dos hippies descerebrados, los cuales deciden abandonarlo en un convento. La ausencia de la presencia paternal marcará su personalidad, creando el germen de una ira contenida que explotará, solamente, cuando llegue al poder, cuando descubra que alcanzar lo más alto puede convertirse en algo aterrador y solitario. Porque el que asume la responsabilidad de liderar se encontrará solo. Nacemos solos y abandonaremos este mundo, exista un dios o no, solos.

Aunque en su camino, Pío XIII, contará con personajes tan geniales como bien desarrollados: en los primeros años la hermana Mary (Diane Keaton) y, al conseguir llegar hasta lo más alto del Vaticano, el cardenal Voiello, un personaje tan mundano como brillante, que encarna todo eso que el hombre ansía pero que no termina de conseguir por la anestesia de lo cotidiano: los pequeños placeres de la vida o su afición por el Napolés y por el Pipita Higuaín.

Al final del camino, el actorazo que es Javier Cámara se mete en la piel del monseñor Gutiérrez para acompañar al héroe por el tortuoso camino de la duda. Una especie de Sancho Panza que, como en la novela de Cervantes, quedará quijotizado ante la presencia de su mesías y amigo Pío XIII, en un intercambio de papeles entre ambos que no hace más que marcar ese tránsito hacia la edad adulta, lleno de miedos, dudas y arrepentimientos.

«No creo, Dios, que seas capaz de salvarme de mi mismo» (Lenny)

Algo tiene The Young Pope para que asombre a los que no están muy próximos a las doctrinas católicas, consiguiendo además, no irritar a los más fieles seguidores. Porque la serie toca, aunque de manera tangencial, algunos temas delicados como la homosexualidad, los abusos sexuales o la corrupción.

Desde luego, la capacidad para crear atmósferas es innegociable para un Sorrentino que desarrolla una historia perfectamente pensada, con una fotografía, un diseño de producción y una banda sonora de diez.

Repito, la serie podría haberse ambientado en el sur de Italia, recurriendo a una familia mafiosa como en El Padrino, y el resultado hubiera sido el mismo. Salvo que en esta ocasión tenemos un canguro en lugar de un caballo, en una de las escenas más impactantes de la primera temporada.

The Young Pope provoca sonrisas e imprimir vitalidad a los espectadores; invitando a la reflexión y consiguiendo grandes dosis de emotividad en algunas secuencias inolvidables: durante el continuo juego de miradas y confesiones entre el Papa y Javier Cámara, los cigarrillos fumados en las instancias del Vaticano, las travesuras de Voiello (las cuales no engañan a nadie) o las complicadas decisiones de marketing negociadas entre la jefa del departamento y el propio Papa.

Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con una serie, que no descubría ese vacío difícil de llenar por otra ficción que me mueva como me movió The Young Pope. Un único defecto: la desazón que me provocó la alta expectativa de una segunda temporada innecesaria, que solo respondía a exigencias económicas de HBO y que no está a la altura de la primera.

Cada espectador deberá decidir si el joven Lenny Belardo es capaz de obrar milagros, de tener línea directa con ese Dios al que exhorta arrodillado y con los brazos abiertos: «¡Tú y yo tenemos que hablar!». Aunque, eso, es lo de menos. Dejad todas vuestras ideas preconcebidas atrás, preparaos para indagar en el misterio de vuestra propia vida, vuestra propia alma, creedme, es un viaje formidable, un acto de fe…

Jude Law The young Pope

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